Las Asambleas Territoriales: Una Experiencia de Democracia Profunda

Las Asambleas Territoriales: Una Experiencia de Democracia Profunda

Por Edward Murphy *

“Los movimientos sociales progresistas no se limitan a producir estadísticas y relatos de la opresión; en cambio, los mejores entre ellos hacen lo que la gran poesía siempre hace: transportarnos a otro lugar, obligarnos a revivir los horrores y, lo que es más importante, permitirnos imaginar una sociedad nueva”.
Robin D.G. Kelley, Sueños de libertad

Las protestas que comenzaron el 19 de octubre de 2019 crecieron hasta convertirse en algo inédito y en general imprevisible. Manifestaciones de un tamaño casi inimaginable. Demandas de dignidad, equidad, justicia social y ambiental que enmarcaron los debates nacionales. Un sorprendente número de causas y movimientos unidos trabajando juntos por un cambio sistémico. Expresión artística y musical para la calle y para el público, no para el consumo y el beneficio personal. Destrucción de propiedades e infraestructuras, a menudo controvertida y polarizadora, pero también clave, tanto para romper la complacencia de la vida cotidiana, como para socavar las nociones técnicas de orden y progreso basadas en las obras públicas y los edificios construidos. Los primeros días del “estallido” o la “revuelta social” señalaron un nuevo comienzo y un nuevo horizonte, la construcción de un nuevo Chile.

Pero casi inmediatamente llegó la reacción. Los esfuerzos iniciales del gobierno para sofocar las protestas fueron desproporcionadamente violentos y macabros, un resultado trágico que solo se mide parcialmente en casos de vidas perdidas, ojos mutilados y personas detenidas que fueron abusadas física y sexualmente. Lejos de significar un nuevo Chile, la reacción fue más bien una vuelta a la fuerza bruta de la dictadura, una indicación de que el orden neoliberal no solo había nacido en la violencia del Estado sino que seguía dependiendo de ella. Los militares volvieron de repente a las calles y los chilenos tuvieron que vivir, una vez más, bajo estados de sitio y toques de queda. Sin embargo, la reacción violenta no sofocó las protestas, ya que la mayoría de los chilenos y chilenas reaccionaron con más repugnancia y asco, lo que aumentó la movilización social y la sensación de crisis.

Las élites gobernantes tuvieron que recurrir a otros medios para tratar de restablecer un tipo de legitimidad, aplicando al principio reformas fragmentarias e inadecuadas y, finalmente, asumiendo el hecho de que debían producirse cambios profundos. La magnitud de estos cambios y su carácter verdaderamente democrático son cuestiones abiertas y candentes, sobre todo ahora que la Convención Constitucional va a comenzar su labor. Tras las elecciones del 15 y 16 de mayo, hay algunas señales esperanzadoras: la derecha no recibió los votos que necesitaba para vetar elementos de la nueva Constitución, los partidos de la ex-Concertación han perdido el poder que tenían desde el retorno a la democracia, y la Convención será un órgano diverso, que representará a muchos sectores que han sido excluidos durante mucho tiempo. Sin embargo, incluso si la Convención Constitucional se desarrolla de la mejor forma posible, no puede sostenerse por sí misma como la única forma de responder al malestar y la indignación que alimentaron las protestas. La Convención, después de todo, ha sido controvertida en sí misma, dividiendo la opinión sobre cómo construir un sistema más representativo que supere los marcos estatales existentes.

Pero, ¿cuáles son los otros elementos que podrían construir un Chile más democrático, inclusivo y justo, donde la dignidad se hace costumbre? La respuesta no es sencilla y los obstáculos son muy variados. Sin embargo, no hay duda de que el estallido social ayudó a crear formas innovadoras y creativas de participación democrática desde la base, incluidas las asambleas territoriales (a veces llamadas asambleas populares o cabildos abiertos). Las asambleas a menudo han complementado y dinamizado las movilizaciones callejeras. Sin embargo, también han superado el ámbito de las protestas públicas, donde predominaban la denuncia, el conflicto y el espectáculo. En cambio, las asambleas han proporcionado espacios de diálogo y reflexión deliberados, en los que chilenas y chilenos de todos los ámbitos pueden aprender, criticar, conectar e imaginar. Han sido un espacio para realizar el crucial, aunque lento y a menudo arduo trabajo de construir una vida social basada en la dignidad y el respeto, en claro contraste con la atomización, el miedo y la jerarquía que prevalecen en la sociedad chilena.

Un reencuentro con lo local y lo personal

En algunos sentidos, las asambleas territoriales parecen pintorescas y como de otra época: sus participantes eran vecinos, hablaban directamente entre ellos, las notas que se tomaban durante las reuniones se escribían a mano y los miembros se reunían y difundían sus mensajes en plazas públicas. Sin embargo, esta forma aparentemente obsoleta de hacer política está en directa contradicción con las concepciones y prácticas dominantes. En un mundo de poderosas relaciones capitalistas de gran alcance y formas de gobierno, a menudo opacas y secretas, las asambleas se han centrado en un proceso local y abierto. Aunque muchos manifestantes y participantes de las asambleas se conectaron y difundieron sus mensajes a través de las redes sociales, hablaron directa y abiertamente entre ellos en las asambleas, lo que contrasta con el tono a menudo superficial e intimidatorio de las comunicaciones en las redes sociales. Las asambleas eran un punto de contacto humano cercano, una dinámica que a menudo era liberadora en sí misma. Como dijo Gabriela Guerra de La Florida, la organización de su asamblea “fue súper emocionante porque se dio en un ambiente súper respetuoso… había mucha capacidad de escuchar lo que le estaba pasando al otro, más que tratar de imponer”.

Al construir el diálogo y la organización a nivel local, las asambleas actuaron sobre la base de la idea feminista de que lo personal es político, un lema complejo que tiene muchas implicaciones diferentes. Pero quizá la más importante sea que las relaciones cotidianas forman parte de los paradigmas de gobierno dominantes y del orden social general. Por ello, como señala Beatriz Cifuentes de Villa Olímpica, “necesitamos urgentemente reinventar nuestras prácticas de relación, de cómo nos ponemos de acuerdo… que culturalmente es algo que hemos perdido después de décadas de neoliberalismo y de dictadura capitalista”. Al centrarse en el diálogo y la organización horizontal, las asambleas han abierto espacios en los que practicar la tolerancia y la conciencia son habilidades necesarias para construir una política más democrática.

Las asambleas también proporcionaron un espacio para agudizar y personalizar la comprensión de lo que está mal en Chile. Uno puede mirar a su alrededor o escuchar a su vecina o vecino para describir los desastres del modelo neoliberal, las injusticias del patriarcado y las formas en que los programas de mercado en materia de vivienda, salud, educación y jubilación han conducido al endeudamiento y la inseguridad. Estas perspectivas, como señala Leonor Benítez de Juan Antonio Ríos, se pierden a menudo en las maneras delimitadas y parciales en que los políticos nacionales y los comentaristas de los medios de comunicación enmarcan el debate político y las cuestiones sociales. El proceso de prestar atención a las preocupaciones y dificultades de las vecinas y los vecinos también ha dado lugar a formas directas de solidaridad y apoyo, como cuando las asambleas territoriales han apoyado a las víctimas de la violencia estatal y han organizado Ollas Comunes y Comedores Populares.

En este sentido, las asambleas se han basado a menudo en las tradiciones de ayuda y apoyo mutuo que han tenido tanta importancia histórica entre los trabajadores y pobladores chilenos, incluso cuando estas formas de organización se han visto socavadas en la era neoliberal. Cuando llegó la pandemia y el tipo de reuniones que originalmente habían sido centrales para las asambleas resultaron imposibles, muchas asambleas se dedicaron a concientizar sobre los servicios de salud pública y a proporcionar comidas y otros recursos a quienes habían perdido sus puestos de trabajo. En este caso, las asambleas cubrieron una necesidad crítica, especialmente en las zonas de bajos ingresos.

De lo local a lo transversal

Aunque las asambleas han subrayado la importancia de volverse hacia lo local, es importante señalar que no han sido ni localistas ni separatistas. Sin duda, las asambleas han insistido en su independencia y han funcionado al margen de los partidos políticos existentes, de cualquier organización social en particular o de cualquier entidad gubernamental. Sin embargo, las asambleas también han creado redes más amplias y han agudizado la comprensión tanto de los problemas generales que llevaron a las protestas en primer lugar como de las estructuras de poder que deben superarse para construir algo mejor.

Estos últimos elementos, que formaban parte de los diálogos y procesos incorporados a las propias asambleas, se vieron aumentados por sus comités internos que ayudaron a difundir el mensaje de lo que era y podía ser el levantamiento social. Las plazas donde se celebraron muchas de las asambleas se convirtieron en espacios alternativos de arte público y música, mezclados productivamente con formas de educación popular y concientización. Al entrar en estas plazas, se puede acceder a un espacio de reflexión y autoeducación, encontrando temas como los abusos violentos del Estado, las luchas actuales de las poblaciones indígenas, la naturaleza y el poder de las industrias extractivas en Chile, o las posibilidades de incluir preceptos feministas y ecológicos en un nuevo orden social. Los esfuerzos por desarrollar estas reflexiones a menudo recibieron un impulso de las conmemoraciones de eventos y circunstancias que encapsulan historias de represión y lucha, desde la fecha del asesinato de Camilo Catrillanca, hasta los aniversarios de famosos barrios establecidos a través de tomas de terreno. Si la política es siempre cultural y la cultura es siempre política, estos vínculos, normalmente no reconocidos, se han desarrollado de forma obvia y explícita en las asambleas territoriales y en el estallido social más ampliamente.

Al trabajar en la formación de redes y organizaciones más amplias, las asambleas también han tratado de hacer que sus formas directas de democracia de base sean un principio básico para que Chile avance. Estos esfuerzos han logrado algunos éxitos organizativos notables como la Coordinadora de Asambleas Territoriales. Sin embargo, sigue siendo una cuestión abierta si iniciativas de este tipo más amplio pueden o no recuperar su equilibrio y cobrar impulso en los próximos meses y años.

A medida que Chile y el mundo emergen lentamente de los peores efectos de la Covid-19 y la Convención Constitucional comienza a hacer su trabajo, tal vez el entorno general haya cambiado lo suficiente para el resurgimiento de formas populares de protesta y organización. Por supuesto, las movilizaciones sociales seguirán siendo necesarias, sobre todo para conseguir que la nueva Constitución sustituya íntegramente a la heredada de la dictadura. Las manifestaciones callejeras serán sin duda una parte de ello, pero seguirá siendo necesaria la realización de prácticas y experiencias basadas en la participación democrática directa.

Muchos han desestimado a las asambleas territoriales como espacios transitorios, ineficaces y de escasa significación real. Las asambleas no han sido oficialmente parte del proceso constitucional y no se han establecido necesariamente como una presencia permanente en la sociedad chilena. Sin embargo, independientemente de su destino final, ya han desempeñado un papel fundamental. Como afirma Paulina Calderón, de La Granja, en su testimonio, respondieron a la “pulsión colectiva de juntarse, de conversar, y auto-educarse”. Aunque sea de forma fugaz y en espacios muy particulares, rompieron con los tipos de desconfianza, miedo y barreras sociales que marcan no solo al Chile contemporáneo, sino a gran parte del mundo.

Las asambleas territoriales han sido espacios en los que el descontento se ha canalizado en prácticas emergentes, en las que la participación democrática y la interacción social digna podían ir más allá de los ideales retóricos y convertirse en contenidos realizables. En las asambleas han confluido horizontes utópicos y prácticas concretas. Las asambleas representan una de las aristas más radicales, ambiciosas y productivas del levantamiento social, que contribuyen al trabajo de construcción de un mundo más humano y justo. Este trabajo es un desafío continuo y profundo, en el que incluso imaginar una vida libre de violencia política, injusticia social y destrucción ecológica puede parecer una tarea imposible. Sin embargo, es importante recordar cuán dramáticamente ha cambiado el terreno social y político en Chile desde octubre de 2019. Los tipos de organización y desarrollo social e intelectual que se han llevado a cabo en las Asambleas Territoriales pueden seguir siendo fuentes de inspiración. Pueden servir como ejemplos de cómo podría ser un futuro liberado de los horrores del pasado y del presente, en el que será posible que la gente viva en una sociedad coherente con valores más democráticos, respetuosos, e igualitarios.

*Académico e Investigador en el Departamento de Historia de la Universidad Estatal de Michigan.

Publicado en Revista Cal y Canto N° 8

Imagen: Asamblea Territorial Juan Antonio Ríos

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